de Santa María de la Vega, Nuestra Señora de la Cabeza
Los
árboles en las ciudades y en las casas deberían ser algo más que una costumbre
festiva: ellos señalan a Aquél que es la razón de nuestra alegría, al Dios que
viene, el Dios que por nosotros se ha hecho niño. El canto de alabanza, en lo
más profundo, habla en fin de Aquél que es el árbol de la vida mismo
reencontrado. En la fe en Él recibimos la vida. En el sacramento de la
Eucaristía Él se nos da, da una vida que llega hasta la eternidad.